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miércoles, 24 de octubre de 2012

La silla.

Tendemos a culpabilizar a quienes y a cuanto nos rodean de las desventuras que nos acontecen. Este ejercicio actúa como un eficaz anestésico de la responsabilidad y mantiene el sueño de la autoestima, pero se trata de un tratamiento volátil y limitado en el tiempo: Al despertar nos hallaremos cara a cara con la estrepitosa realidad.
En el juego de ganar existen, no puede ser de otra manera, ganador y perdedor generándose sentimientos de exclusión que conducen en distintos plazos a respuestas de venganza y ajuste de cuentas.
Es desde la paridad,  desde el tu ganas, yo gano, ganamos todos, auxiliados por la prospectiva, desde donde podemos construir ese mundo mejor que prometemos a nuestros electores y, al parecer, no logramos transmitirles, acaso por qué no somos capaces de construirlo entre nosotros.
Necesitamos permitirnos que duden de nosotros y dudar nosotros mismos Necesitamos ser originales, por relativo al origen, y radicales, por relativo a la raíz.
Necesitamos, en definitiva practicar el método diagnóstico y terapéutico que recomendaba nuestro insigne don Gregorio Marañón: "La silla. La silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo".
No evito citar uno de los párrafos de la oración de Maimónides, médico cordobés del siglo XII: “Haz que sea modesto en todo excepto en el deseo de conocer el arte de mi profesión. No permitas que me engañe el pensamiento de que ya sé bastante. Por el contrario, concédeme la fuerza, la alegría y la ambición de saber más cada día. Pues el arte es inacabable, y la mente del hombre siempre puede crecer”.
No debemos acabar como los dos conejos de la fábula de Iriarte: “En esta disputa, /llegando los perros, /pillan descuidados /a mis dos conejos. /Los que por cuestiones /de poco momento /dejan lo que importa /llévense este ejemplo”.

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