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sábado, 16 de agosto de 2014

¿Ministerio de Defensa o Ataque?



Siempre recuerdo con horror las imágenes del linchamiento de dos soldados británicos, en las calles de Belfast, el veintiuno de marzo de mil novecientos ochenta y ocho. No menos horrorosa que la mostrada en la fotografía, publicada en El País, hecha en  Jerusalén el 6 de enero de 2007, donde siete soldados israelíes arrestan a un niño palestino que llega a orinarse por el miedo.

Desde esas antiguas imágenes hasta las más recientes muertes en la franja de Gaza o las decapitaciones de niños en Irak el horror de la violencia, siempre gratuita, me persigue, sin respuesta.

La violencia es siempre una demostración de la pretendida supremacía de los arbitrariamente  autodenominados mejores, que no da cuartel a nada que sea distinto y que, además,  para mayor enfado de las estirpes, cuestiona el poder absoluto y los vasallajes.

La violencia, "último recurso del incompetente", se expresa también más allá de lo físico. La demonización del diferente, la desautorización de sus opiniones, la condena al ostracismo generan situaciones colectivas que fácilmente desembocan en "linchamiento".

Ya, a finales del siglo XIX, Kropotkin, nos avisaba del riesgo de la interpretación unívoca de Darwin, al entender la "supervivencia de los mejores" como único motor de la especie humana, olvidando lo que él llamó "ayuda mutua" como colaboración.

Ya en nuestros siglos XX y XXI los neurofisiólogos vuelven hacia el concepto de homeostasis social, como la entiende A. Damasio: "reglas, leyes morales y sistemas de justicia son respuestas a la detección de desequilibrios causados por comportamientos sociales que hacían peligrar la vida del grupo y la de los individuos". 

Viene a colación, en un intento de hallar una norma para nuestro comportamiento, la "explicación de Spinoza": "Cuando uno no consigue ser al menos algo amable con los demás, se castiga a sí mismo, aquí y ahora, y se niega la oportunidad de conseguir la paz interior y la felicidad, aquí y ahora. Cuando uno es afectuoso con los demás hay muchas posibilidades de conseguir la paz interior y la felicidad, aquí y ahora". 

De no ser así nos espera la barbarie, entendida como falta de respeto a las reglas. Todo está permitido.  A ello contribuyen, ante nuestra ignorancia -¿o es cómoda permisividad?-, nuestros gobiernos con la fabricación y venta de armas.

El único lugar seguro será, a partir de ahora, el silencio de la muerte.

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